¿Cómo podría un Dios de amor enviar gente al infierno?

¿Cómo un Dios de amor podría ser capaz de enviar gente a un lugar como el infierno? Aquí tenemos una objeción al mensaje cristiano que a muchos les parece  insuperable. Las ideas de amor e infierno parecen ser opuestas. Algunos solucionan el problema diciendo que no hay tal lugar como el infierno. Todo el mundo, según ellos, irá al Cielo, incluso Hitler, Stalin, Pol Pot y similares asesinos de masas.

          Pero Cristo enseñó muy claramente que el infierno existe, es decir, un tormento y castigo eterno, y que todos los que rechacen el perdón libre y gratuito de Dios lo tendrán que soportar. Nuestra inquietud acerca de que exista un lugar de castigo se debe al hecho de que olvidamos la santidad y la justicia de Dios. Desde luego que Dios es amoroso, pero no tiene pecado en absoluto y es infinitamente justo. Estos son atributos de Dios, junto con otros, como su poder, su conocimiento y su sabiduría.

          ¿Realmente pensamos que un Dios de amor no tiene derecho de castigarnos por nuestro pecado? El amor de Dios no lo lleva a actuar en contra de su justicia y a ignorar el pecado humano. El amor de Dios se muestra en que ha creado un camino de misericordia y perdón para nosotros, enviando a Cristo para ser nuestro Salvador.

          Pero primero, enfoquémonos en las razones por las cuales Dios no puede dejar que todo el mundo vaya al Cielo. No puede abrir el Cielo a todos, en primer lugar, porque Él es santo; Él es perfecto. Nosotros, por otro lado, somos pecadores y estamos llenos de orgullo, codicia, egoísmo y crueldad. Estamos profundamente infectados de murmuraciones, engaño y mentiras, sin mencionar actos y pensamientos sensuales.

          Pero en lo que respecta a Dios, no existe la más mínima imperfección en su ser o conducta. Durante toda la eternidad Dios nunca cambiará, ni se deteriorará ni decepcionará a nadie.

          Como un Dios de amor está lleno de compasión y le duele que nos estemos dirigiendo a un destierro eterno debido al pecado, pero al mismo tiempo Dios odia el pecado y jamás lo tolerará o coexistirá con él. Por lo tanto, no podemos ser admitidos ante su presencia eterna al final de nuestra vida, a menos que hayamos buscado primero su perdón y hayamos sido convertidos.

          Considere también una segunda razón por la que Dios no puede admitir personas sin perdonar y que no son convertidas en el Cielo. Si así lo hiciera, no seríamos capaces de soportarlo, ni siquiera unos segundos. Con nuestros corazones y mentes contaminados, la santidad de Dios y la pureza de ese lugar nos destruirían completamente. Sería una situación que puede ser ilustrada por una luz deslumbrante que expulsa todas las sombras.

          Una tercera razón por la que Dios no puede dejar pecadores sin perdonar en el Cielo es que, si así lo hiciera y su presencia no nos destruyera (que sí lo haría), el Cielo ya no sería el Cielo porque la infección virulenta del pecado habría entrado. ¿Permitiría Dios, el Santo, que el Cielo se hiciera como la tierra? ¿Realmente dejaría que multitudes de personas mundanas, rebeldes, egoístas, testarudas, orgullosas, carnales, murmuradoras, ladronas, mentirosas, deshonestas y pendencieras entraran en el Cielo?

          ¿Es posible que el Cielo rebajara sus estándares de perfección y se rindiera a las formas terrenales, y que se convirtiera así en una colonia degradada de este mundo? ¿Es concebible que el Cielo eterno de Dios se pudiera rendir al estilo de vida de este mundo pecaminoso y lleno de sufrimiento?

          La idea de que Dios admita “mundanos devotos” impenitentes y sin cambiar es impensable y completamente imposible. Es un principio inmutable que no puede  haber pecado ante la presencia de Dios. Es un hecho que su presencia santa destruiría a todo pecador sin redimir. Es inevitable que si el Cielo se nos abriera sin tener que arrepentirnos ni convertirnos, entonces inmediatamente dejaría de ser el Cielo.

          Un Dios perfecto debe ser absolutamente justo. Por eso debe castigar el pecado, y lo debe hacer al final de esta vida.

          Curiosamente, aunque no queremos vivir vidas santas, queremos ley y orden en nuestras ciudades y pueblos. Pero nos oponemos a que Dios todopoderoso sea un Dios de justicia en el universo que ha creado. Cuestionamos su derecho y dudamos de su gran corazón de amor.

          Sin embargo, la razón principal por la que no podemos entender por qué Dios debería juzgarnos es el concepto tan patético y pequeño que tenemos de la gravedad de nuestro pecado. No nos damos cuenta cuán malos y ofensivos somos desde el punto de vista de Dios.

          ¿Qué creemos que merecemos por toda nuestra ingratitud hacia Él, por negarnos a adorarle y por nuestra rebelión contra Él? ¿Qué merecemos por nuestras acciones crueles y nuestras mentiras? ¿Y qué decir de nuestro orgullo, arrogancia y toda nuestra codicia? ¿Y qué de nuestro egoísmo, crueldad y hostilidad hacia otros? ¿Y qué merecemos por nuestro menosprecio de Dios y lo que le hemos difamado?

          Para Dios, nuestro pecado es indeleble. Nuestra culpabilidad existe casi de una forma tangible, y no puede evaporarse o irse hasta que Dios se haya ocupado de la misma a través de un castigo.

          Aquí tenemos una última razón por la cual Dios debe dejar que todos aquellos que le rechacen entren en una eternidad de perdición; porque Él es absolutamente justo. Dios desea que libre y voluntariamente le demos nuestra obediencia, amor y servicio. Nos da la elección de nuestros corazones en este asunto. A la luz de esto, ¿cuál ha sido nuestra elección? Todos debemos reconocer el hecho de que nuestras vidas le dicen a Dios: “no te queremos; no queremos ir al Cielo”.

          Puede que digamos que queremos ir al Cielo al final de nuestra vida, pero nuestras vidas simplemente no le dicen eso a Dios. Lo que realmente queremos decir es que no queremos ser castigados e ir al infierno. Pero realmente no queremos ir al Cielo puesto que es un lugar perfecto y puro donde se rinde alabanza, adoración y culto a Dios.

          La forma en que vivimos (evitando la Biblia, evitando adorar a Dios, persiguiendo nuestros gustos y placeres propios) está completamente en desacuerdo con el carácter y la gloria del Cielo. ¿A dónde iríamos en el Cielo? No hay nada conforme a nuestro gusto.

          Si nunca nos hemos arrepentido de nuestro pecado y nunca hemos recibido vida nueva de Dios, entonces toda nuestra vida ha sido una vida mundana, egoísta y contraria a la voluntad de Dios. Ha sido una demostración a Dios de que nuestra elección libre y democrática es no tenerle.

          De acuerdo a los deseos “expresados” en nuestras vidas, al final de nuestro viaje terrenal, cuando estemos antes Dios, Él nos dirá (en efecto): “Te voy a dar el deseo de tu vida; decidiré tu futuro eterno en base a como votaste/elegiste, cada minuto de cada día, todas las semanas y años de tu vida. He contado tus votos/elecciones, segundo a segundo, y tu destino eterno se basará ahora en como quisiste vivir y lo que elegiste. Apártate de mí, ‘Nunca [te] conocí’”.

          Aquí es donde vemos el poderoso amor de Dios: Él encontró un modo de perdonar libremente a todos aquellos que se vuelvan a Él pidiendo misericordia. No fue fácil, ni siquiera para Dios. Recuerde que Dios, dado que es absolutamente justo y recto, no puede simplemente echar a un lado la culpabilidad de nuestro pecado como si jamás hubiésemos pecado.

          Con el fin de perdonarnos y convertirnos, para que así le conozcamos y caminemos con Él, y finalmente estemos con Él en la eternidad, Él mismo debe venir a este mundo y llevar la culpabilidad y castigo de nuestro pecado. Y esto es justo lo que ha hecho. La segunda persona de la Trinidad, el Hijo eterno de Dios, Jesucristo, se revistió de un cuerpo y personalidad humanos y vino a este mundo para sufrir en la cruz del Calvario como nuestro representante para lograr esto por nosotros.

          El dolor de los clavos atravesando sus manos y pies no fue nada  comparado con la gran agonía y el tormento que sintió en su alma conforme Dios el Padre puso en Él el castigo debido a todos aquellos que serían perdonados a lo largo de la historia.

          Cuando preguntamos “¿Cómo puede un Dios de amor enviar gente al infierno?”, nunca debemos olvidar que el amor asombroso e insondable de Dios se muestra en todo lo que estuvo dispuesto a hacer para librarnos del justo castigo por nuestro pecado.

          Es posible ser perdonado, lavado y verdaderamente convertido a Dios. Es posible encontrar al Señor y conocerlo. Necesitamos acudir a Jesucristo con la oración más sincera y ferviente de nuestra vida, entregarle nuestra vida y arrepentirnos de todo nuestro pecado.

          Pídale que le cambie. Renuncie a su estilo de vida actual. Confíe en Él y pídale conversión y una vida nueva hasta que esté seguro que le ha escuchado y se ha “encontrado” con usted.