Cinco claves para entender la Ley de Dios
Dr. Peter Masters
Presentamos las reglas básicas para "abrir" los Diez Mandamientos, sin las cuales, generalmente se pasan por alto sus propósitos y desafíos profundos.
En una mansión espléndida pero ruinosa que se utiliza como centro de conferencias, un pequeño grupo de personas estaban hablando en un salón y, de alguna forma, la conversación se enfocó en los Diez Mandamientos. Un estudiante, hablando cautelosamente como para no querer ofender, dijo que no veía los Diez Mandamientos muy desafiantes o útiles para la santificación personal, porque trataban principalmente respecto a pecados extremos como la idolatría, el adulterio, el robar y el matar. Reconoció que mencionaban el día de reposo y mentir, pero todavía estaba perplejo por la falta de reglas sobre el orgullo, el egoísmo o el mal carácter, sin mencionar muchos otros pecados contra los que luchaba.
Un hombre más mayor en la habitación dijo que probablemente los mandamientos no eran lo suficientemente específicos, y que podía entender cómo el joven rico pudo imaginar que los había guardado todos. Una joven sentía que eran demasiado negativos, y que lo que ella quería era consejos positivos acerca de cómo debería vivir, como los de las Bienaventuranzas del Sermón del monte, o el fruto del Espíritu de Pablo: amor, gozo, paz, paciencia, etc. Desde luego, según ellos, estos eran más relevantes para los cristianos.
Todas estas personas eran cristianos sinceros que nunca habrían querido menospreciar alguna parte de la Biblia. Entonces, un pastor en el grupo se embarcó en una defensa de los Mandamientos, señalando que eran la fuente y un resumen de cualquier otro pasaje en la Biblia acerca de un vivir santo, y que cubrían cualquier pecado concebible, incluyendo el orgullo y la ira. Explicó a grandes rasgos el papel de los mandamientos, su alcance y sus características positivas, mostrando cuán perfectamente servían a los cristianos de hoy en día en su búsqueda por santificación y carácter.
El escritor de este libro no era ese pastor, pero en las páginas siguientes está, de una forma más extensa, el tipo de respuesta que bien podría haber dado. Se establecerán brevemente cinco hechos acerca de los Mandamientos que es vital que sepamos si es que queremos ver el alcance completo y profundidad de los mismos. En resumen, las cinco claves para entender los Mandamientos son estas:
En primer lugar, reflejan el carácter de Dios. ¡Qué motivo tan grande es este para respetarlos y estudiarlos!
En segundo lugar, mantienen toda su autoridad hoy en día. Es importantísimo saber que están muy por encima de las leyes civiles y ceremoniales dadas temporalmente a los hijos de Israel.
En tercer lugar, fueron diseñados para los creyentes. Desde luego que tienen que ser cumplidos por toda la humanidad, pero cuando reconocemos todo lo que implican, son especialmente relevantes para los cristianos, ya que incluso proveen reglas para la adoración y para la estructura de la iglesia.
En cuarto lugar, —y esta clave tiene un efecto drástico en cómo aplicamos los Mandamientos— cada uno cubre una familia de pecados.
En quinto lugar, estos Mandamientos, aunque principalmente están expresados de forma negativa, también son mandatos para que llevemos a cabo las virtudes positivas opuestas. Las últimas dos claves revolucionan especialmente nuestro uso de este poderoso código para santidad.
Una vez que nuestras mentes están preparadas para ver todo lo que enseñan, no hay nada como estos Mandamientos para fomentar el avance en la santificación. En el Nuevo Testamento leemos que guardarlos es un acto de amor a Cristo (Juan 14:15) y también la base para la certeza de salvación (1 Juan 3:18-19). Es cierto que guardarlos no puede salvar ni una sola alma, pero para los creyentes, salvos por gracia a través de la fe solo en Cristo, son invaluables. Este libro seguirá las cinco claves bíblicas como su método para descubrir las riquezas de la “ley real”.
1. Los Mandamientos reflejan el carácter de Dios
En primer lugar, es esencial que nos demos cuenta de que los Diez Mandamientos fluyen directamente del carácter eterno del Dios santo, y lo reflejan. No los debemos considerar como una versión inicial e inferior de la ley de Dios; un código primitivo designado solo para la época del Antiguo Testamento. Han sido erróneamente llamados “regulaciones temporales” elaboradas para mantener la raza humana en orden mientras viva en un mundo caído, pero son mucho más que esto. Dado que reflejan el carácter perfecto de Dios, son el estándar por el que el mundo será juzgado, y también la regla permanente de vida para los redimidos.
Incluso el gran teólogo americano del siglo XIX Charles Hodge pierde de vista este hecho vital cuando dice que los mandamientos acerca de matar, el matrimonio y la propiedad dejarán de tener relevancia cuando esta vida se acabe y, por tanto, “no están fundamentados en la naturaleza esencial de Dios”. Esta postura no concuerda con la corriente principal tradicional de los comentaristas de la Biblia y limita gravemente la aplicación personal de estos mandamientos. Una vez que entendemos que todos los Mandamientos reflejan el mismísimo carácter santo de Dios, entonces vemos que nuestra naturaleza más íntima debe ser moldeada por los mismos.
Vemos, por ejemplo, que el sexto mandamiento condena el asesinato porque el carácter inmutable de Dios es el preservar a su pueblo y tratarlo con mucha misericordia. El Señor guardará el sexto mandamiento para siempre en la gloria eterna, donde ninguno de los suyos perecerá jamás. El carácter de Dios no es destruir ni dañar a nadie, aparte del justo castigo por el pecado. Moisés (como veremos) relaciona el pecado de matar con el de quitarle la libertad a una persona, y con el de destruir la dignidad de los padres que están envejeciendo. Siempre que la gente es despreciada o abatida emocionalmente, se comete algo similar al asesinato. La razón principal por la cual esto es malo es porque es contrario al carácter de Dios, quien es amor. Tenemos que ser más como es Él en bondad: una aplicación que es obvia cuando discernimos que cada mandamiento está basado en el carácter de nuestro glorioso Dios. De forma similar, el séptimo mandamiento refleja la fidelidad de Dios. La prohibición del adulterio no es meramente una forma de controlar el comportamiento sexual humano en el mundo malvado de hoy en día. Es un mandamiento que Dios y su pueblo redimido cumplirán perfectamente (en su mayor grado) durante toda la eternidad, pues serán completamente leales entre sí. Una vez que vemos que este mandamiento fluye del carácter de Dios, vemos que su alcance se extiende más allá del matrimonio, y no nos sorprende que Isaías, Jeremías, Pablo y Jacobo* (entre algunos de los escritores inspirados) utilicen este mandamiento para enseñar acerca del deber de lealtad espiritual.
* El escritor del libro que hoy en día se llama Santiago en muchas versiones bíblicas hispanas. (N. del T.)
El octavo mandamiento —“No hurtarás”— también refleja el maravilloso carácter del Señor, quien es el gran dador y no el saqueador de los hombres. Sus bendiciones son innumerables, libres y gratuitas, y su pueblo tiene que parecerse a Él siendo aquellos que dan a otros, y no aquellos que absorben, o se alimentan, o agotan los recursos (y la fortaleza emocional) de otros.
El octavo mandamiento va mucho más allá del acto físico de robar. (Es trágico que muchos cristianos, que nunca han robado nada material, son “pasajeros” y cargas en sus iglesias y, por tanto, ladrones, pues no contribuyen en nada mediante su esfuerzo o testimonio espiritual). El octavo mandamiento se basa en el carácter infinitamente benevolente de Dios.
Estos ejemplos nos dan solo un vistazo de toda la aplicación pastoral que salta a la vista en cuanto vemos los Mandamientos como una expresión del carácter y de los gustos de nuestro Dios Todopoderoso. Pero ¿cómo podemos estar tan seguros de que reflejan el carácter de Dios? La respuesta es que Dios es quien lo ha dicho, pues cuando mandó a Moisés a que proclamara la ley moral al pueblo comenzó con estas palabras: “Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios” (Levítico 19:2).
Varias declaraciones similares aparecen en los libros de Moisés, y todas indican que la ley moral fue dada como una extensión del carácter de Dios, o como una descripción de su santidad. El apóstol Pablo también enseña que los Mandamientos son algo más que reglas que Dios impone para el control de la sociedad, enfatizando repetidamente que son de carácter espiritual. En Romanos 7:12 y 14 dice: “De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno […] la ley es espiritual”. Por tanto, debemos tener claro que el código moral de los Diez Mandamientos revela la naturaleza maravillosa y los atributos divinos de Dios.
2. Los Mandamientos mantienen hoy
en día toda su autoridad
La segunda clave para descubrir las riquezas de los Mandamientos
es saber que son las reglas perpetuas de Dios para la adoración y el
vivir santo. Este punto procede naturalmente del primero. Después
de todo, si los Mandamientos reflejan el carácter de Dios que no
cambia, se concluye que prevalecerán sobre cualquier cambio de la
era del Antiguo al Nuevo Testamento. A menudo la gente pregunta
por qué los Diez Mandamientos deberían separarse de las leyes
civiles y ceremoniales que Dios dio a Moisés, y considerarse como
la expresión suprema de la ley moral de Dios. ¿Por qué deberían
eliminarse esas otras leyes, mientras que los Diez Mandamientos
mantienen su autoridad?
Se puede responder fácilmente a partir del Nuevo Testamento,
donde encontramos todos los Diez Mandamientos confirmados en
la enseñanza de Cristo y sus apóstoles. Algunas personas dicen que el
cuarto mandamiento, acerca del día de reposo o el día del Señor, es
la excepción, pero están en un error, como mostraremos al estudiar
ese mandamiento.
El estatus especial de los Diez Mandamientos es declarado
especialmente por Moisés, quien señala la forma en la que fueron
dados cuando dice: “Estas palabras habló Jehová a toda vuestra congregación en el monte, de en medio del fuego, de la nube y de la
oscuridad, a gran voz; y no añadió más. Y las escribió en dos tablas
de piedra, las cuales me dio a mí” (Deuteronomio 5:22). Éxodo 31:18
añade que los Mandamientos fueron escritos “con el dedo de Dios”.
D ios eligió una forma única de transmitir esta porción en particular
de su Palabra. Generalmente habló por medio de mensajeros
humanos inspirados —profetas y apóstoles— pero entregó estos
Mandamientos por medio de una gran voz del Cielo y los escribió en
piedras con su propio “dedo”. Esta forma directa de comunicación elevó los Diez Mandamientos por encima de las leyes ceremoniales y civiles que vinieron después. Fueron radicalmente señalados como algo diferente, y “elevados” a una posición desde la que siempre brillarían a lo largo de ambos testamentos.
Inmediatamente después de que se entregaran los Diez Mandamientos, el Señor reveló otra gran cantidad de requisitos a los
israelitas de una forma menos espectacular, a través de Moisés;
dando explicaciones más detalladas de los Mandamientos, añadió
muchas leyes para situaciones específicas y también adjuntó las leyes
ceremoniales religiosas. Estas leyes secundarias fueron diseñadas
para los siguientes propósitos:
(1) Para educar la mente de las personas de forma que entendieran
conceptos vitales tales como la santidad de Dios y la necesidad de
mediación y sacrificio.
(2) Para proveer un sistema temporal de adoración hasta que
Cristo viniese.
(3) Para ser ayudas visuales que señalasen la obra del Mesías.
Todas esas leyes secundarias, tanto civiles como ceremoniales,
fueron diseñadas para estar en vigor solo hasta que Cristo viniese,
aunque los principios sobre los que se asientan tienen muchas
enseñanzas y aplicaciones para hoy en día. Sin embargo, los Diez
Mandamientos están por encima de todas ellas ya que son la ley
moral de Dios (que es permanente), y debemos descartar cualquier
enseñanza que las coloque al mismo nivel que las leyes que fueron
abolidas con la venida de Cristo.
3. Los Mandamientos fueron diseñados para los creyentes
La tercera clave para poder ver las riquezas de los Diez Mandamientos
es darse cuenta de que fueron dados para servir un doble propósito. Obviamente tenían la intención de ser vinculantes a toda la humanidad, pero al mismo tiempo fueron diseñados para ser especialmente útiles a aquellos que verdaderamente conocen y aman al Señor. Para la humanidad en general los Diez Mandamientos son los estándares de justicia para ser aceptados por Dios, los cuales bloquean el acceso al Cielo a las personas culpables y sin perdonar. Los pecadores solo pueden ser lavados y redimidos porque Cristo ha cumplido los requerimientos de la ley en su lugar, y ha pagado el castigo eterno del pecado por su pueblo.
Antes de la conversión, los Mandamientos están sobre nosotros para condenarnos y darnos convicción de pecado, pero una vez que hemos sido traídos a Cristo, los mismos Mandamientos ahora tienen una sonrisa amigable y se vuelven una gran ayuda y guía para nosotros. Por una parte, son completamente vinculantes para la raza humana como la base del juicio y, por otro lado, son el manual de conducta, adoración y bendición para todos aquellos que son salvos. Aprendemos esto de Moisés, quien enfatiza cuán especialmente idóneos son para los creyentes con estas palabras: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón” (Deuteronomio 6:5-6). Moisés no hablaba aquí de una obediencia por temor, sino que introdujo la ley como algo diseñado para ser una bendición para aquellos que aman al Señor. Para ellos, los Mandamientos serían una directriz, y también serían valiosísimos, convincentes e inspiradores.
¿Encontramos tal inspiración en los Mandamientos? Así será
si sostenemos esta clave, es decir, el darnos cuenta de que fueron
elaborados en gran parte pensando en personas que han nacido
de nuevo. Cuando introdujo los Mandamientos al pueblo, el Señor
dijo: “Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de
casa de servidumbre”. Estas palabras muestran una relevancia especial para las personas que han encontrado libertad y liberación de Dios; fueron escritas como un código de amabilidad, la “fórmula” para continuar en libertad. El propósito de Dios era evitar que sus amados hijos sufrieran daño, de modo que dijo (en realidad): “Os he sacado de servidumbre a libertad, y aquí están la reglas que os mantendrán en el camino de bendición”.
La doble función de los Mandamientos es la de ser como un gran puente levadizo de hierro que obstruye el camino a un castillo rodeado por un gran foso al estar levantado. Una vez levantado, es imposible romper el puente levadizo, pero si se diera la señal de dejar pasar alguien al castillo, esa barrera infranqueable pasaría a ser un puente sobre el foso. Una vez bajado, la persona que está entrando al castillo, ve un camino de hierro con barandillas fuertes y seguras, y la barrera amenazadora es ahora de ayuda y apoyo. Esta ilustración se queda corta porque los Diez Mandamientos no son en ningún sentido un puente o mediador entre el hombre y Dios, sin embargo, la salvación hace que los Mandamientos pasen de enemigos a amigos. Por tanto, debemos aproximarnos a los Mandamientos con una gran expectación de ayuda personal y pastoral y para obtener consejo. Debemos esperar oír palabras protectoras y amables de ellos. Uno de ellos, por ejemplo, cuando lo vemos bajo esta luz, es un mandamiento para proteger a las iglesias contra la inestabilidad de un liderazgo inexperto. ¿Cómo podemos los cristianos tener garantía de que recibiremos las maravillosas bendiciones de Dios, incluyendo una clara evidencia de su presencia? La respuesta es: por medio de estos Mandamientos. Aunque vinculan a todos los hombres, y aunque sin duda alguna incluyen prohibiciones severas, estos se encuentran entre las palabras más amables y productivas para la protección y la purificación de los creyentes.
4. Cada Mandamiento cubre una “familia” de pecados
La cuarta clave para entender el valor completo de los Mandamientos es indispensable, pues, cuando se ignora esta clave, cualquier exposición o entendimiento de los mismos se vuelve superficial en gran manera. Esta cuarta clave es creer que cada pecado nombrado en los Mandamientos representa una especie completa de pecados. Cada pecado nombrado es la ofensa principal de toda una familia de malas acciones. Moisés demuestra este principio en varios pasajes, y el Nuevo Testamento lo confirma repetidamente. Es bien sabido, por ejemplo, que el mandamiento en contra del adulterio también cubre la lujuria en el corazón, y el mandamiento contra el asesinato incluye el odio. Por tanto, cuando un mandamiento prohíbe un pecado grave, tienen que incluirse en el alcance de ese mandamiento todos los pecados “menores” de la misma familia.
Desde luego que los Mandamientos se tienen que tomar en sentido literal y debemos obedecerlos al nivel del pecado nombrado, pero limitar los Mandamientos a los pecados específicamente mencionados les roba todo excepto el significado superficial. Siempre debemos preguntar: ¿Qué otros pecados hay en la misma familia del pecado (u ofensa) principal y representativo nombrado? A menudo Moisés nos da la respuesta conforme explica más la ley, y haremos referencia a su “comentario” en los capítulos siguientes. Cuando, por ejemplo, se prohíben los ídolos y las imágenes, nos damos cuenta de que este es el principal pecado de una familia de pecados, y que toda forma de ídolo, aunque no sea literal, también está incluida. Si, por tanto, hay algo en nuestra adoración o en nuestras vidas que se vuelve una fuente carnal de placer o satisfacción, reemplazando así a Dios, entonces es un ídolo. De manera similar, el adulterio literal es el peor pecado en una familia de ofensas que incluye todo tipo de infidelidad y también el adulterio espiritual, y exploraremos (y probaremos) estas “familias” de pecados en capítulos posteriores.
5. Los Mandamientos incluyen las virtudes positivas opuestas
La clave final para entender y apreciar los Mandamientos es la convicción de que se tienen que manejar de una manera positiva, además de la manera negativa. Si bien son expresados en un tono negativo, Dios quiere que nos esforcemos por mostrar la virtud positiva de cada pecado. Los Mandamientos están expresados de una manera negativa porque su primera función es resaltar la pecaminosidad del hombre, pero los creyentes tienen que amar y luchar por manifestar las cualidades opuestas de cada cosa prohibida. Así es como el Nuevo Testamento nos enseña a que entendamos los Mandamientos, como es el caso, por ejemplo, en Hebreos 13:5, donde leemos: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré”. El contentamiento y la confianza en el Señor son las virtudes positivas que se derivan del décimo mandamiento. Este era el método de interpretación que Dios quería que su pueblo adoptara desde el mismísimo principio, y Moisés fue inspirado para establecer el ejemplo cuando dijo: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6:5), palabras que fueron escogidas por el Señor Jesucristo como el resumen perfecto de la primera tabla de los Mandamientos. La intención siempre fue que los verdaderos creyentes vieran el lado positivo de cada prohibición, y una vez más Moisés nos insta a pensar acerca de las virtudes positivas diciendo: “Guardad cuidadosamente los mandamientos de Jehová vuestro Dios, y sus testimonios y sus estatutos que te ha mandado. Y haz lo recto y bueno ante los ojos de Jehová, para que te vaya bien, y entres y poseas la buena tierra que Jehová juró a tus padres” (Deuteronomio 6:17-18). Nada podría ser más positivo que esta exhortación paternal. Si no identificamos el buen comportamiento que está implícito en cada mandamiento no estamos entendiendo la idea en absoluto. A partir de cada mandamiento debemos construir una apreciación sólida del tipo de persona que Dios quiere que seamos, y percibir la buena acción opuesta a cada pecado.
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Debería dejarse claro que dependemos solo de Cristo para todas nuestras bendiciones a lo largo de nuestra vida. Los creyentes no ganan o aseguran una bendición continua obedeciendo la ley, pues todos los beneficios, durante toda la vida, proceden solo a través de los méritos y la obra de Cristo. Nuestro esfuerzo por avanzar en santidad no puede ganar nada, pues estamos muy por debajo de la justicia de Dios. Sin embargo, Dios demanda que por voluntad propia, gozosamente deseemos caminar conforme a la ley moral, para agradarle y honrarle. Puede ser que un niño pequeño reciba una recompensa por buen comportamiento, quizás una excursión o un regalo, pero los esfuerzos del niño no ganan el dinero para pagar la recompensa. De igual manera, Dios “recompensa” al justo, pero estas recompensas son compradas completamente por nuestro Señor y Salvador Jesucristo, y son recompensas de gracia. Sin embargo, la indiferencia a los Mandamientos de Dios hará que se pierda gran confort espiritual, certeza, instrumentalidad y respuesta a las oraciones, e incluso puede que traiga la mano de disciplina del Señor sobre nosotros (véase Hebreos 12).