Cómo tratamos al Espíritu Santo que está en nosotros

Cómo tratamos al Espíritu Santo que está en nosotros

Dr. Peter Masters. De la Sword & Trowel 2009, tomo 2

QUE EL INFINITO Y ETERNO Espíritu Santo habite en el creyente de forma personal es una bendición y privilegio tan increíblemente asombroso que la mente nunca lo entiende completamente. Una sucesión cotidiana de momentos alegres y momentos tristes, tentaciones y pruebas produce diversas reacciones en nosotros, a menudo sin que ello nos ayude a estar conscientes de que Dios reside en nosotros, y de que se complacerá o afligirá debido a lo que pensamos, decimos o hacemos, o de que está dispuesto a ayudarnos si se lo pedimos.

“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6:19).

El cuerpo de todo verdadero creyente pertenece a Dios, y si es contaminado, ya sea por causa de que hayamos participado en mundanalidad, o por otros gustos y deseos pecaminosos, el Espíritu que mora en él será contristado. Pablo nos dice en Efesios 4:30: “No contristéis al Espíritu Santo de Dios”, o según el orden de las palabras del griego original que es más sorprendente que en la traducción: “No contristéis al Espíritu, el Santo de Dios”.

¿Cómo podemos tan fácilmente perder de vista este inmenso y maravilloso hecho de la vida espiritual: que el Dios incomprensible ocupa un lugar en cada corazón redimido, declarando: “No te desampararé, ni te dejaré”? El Espíritu Santo habita en cada cristiano desde el momento de la conversión, de modo que la Palabra inspirada dice: “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8:9). El mismo pasaje habla inmediatamente después de que Cristo está en nosotros y muestra que el Espíritu mora en el creyente representando al Salvador y en su nombre. Cristo habita en el creyente, por medio de su Espíritu.

Hay tres términos destacados en el Nuevo Testamento que describen un maltrato del Espíritu Santo. Podemos resistirlo, apagarlo o contristarlo, y cada palabra describe un nivel diferente de ofensa que se le hace a nuestro Residente celestial. ¡Cuán fácilmente nos olvidamos de que está allí, y perdemos nuestra gratitud hacia Él, nuestra consideración por Él y nuestra dependencia de Él!

Resistir al Espíritu es una locura e implica hacerse daño uno mismo, así que ¿qué es lo que nos impulsa a hacer una cosa así?

En su extraordinario sermón dirigido a los fariseos, quienes se creían mejores que otros, Esteban, el primer mártir, clamó diciendo: “Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo”. La palabra griega significa “poner en contra”, como cuando uno recarga el hombro en una puerta para evitar que se abra. Resistir al Espíritu implica oponerse a Él. Los que oían a Esteban resistían la salvación; pero como creyentes también podemos resistir la clara voluntad de Dios, quizás negándonos a dejar de lado algún gran pecado, o tomando un camino de autoindulgencia, o ignorando un claro llamado de Dios (en la Palabra) a asumir un deber espiritual o una carga de servicio a Dios. Sabemos lo que es correcto y, sin embargo, ponemos todo nuestro peso contra la puerta de la obediencia, resistiendo al miembro de la Deidad que obra dentro de nosotros, el guardián infinitamente amable y glorioso de nuestra alma redimida.

Resistir al Espíritu es una locura e implica hacerse daño uno mismo, así que ¿qué es lo que nos impulsa a hacer una cosa así? Con toda certeza, la razón es que ya no caemos en cuenta de que el Dios Altísimo mora en nosotros y tampoco nos damos cuenta de que cada vez que Dios pone en nuestro corazón que cumplamos un deber bíblico el cual resistimos con todas nuestras fuerzas, lo que estamos haciendo es rehusarnos a seguir sus recordatorios e instancias a hacer algo. Algunas veces los creyentes incluso expresan una oposición abierta a los estándares bíblicos al resistir al Espíritu (tal como muchos cristianos hacen hoy en día respecto a los mandatos de separarse de las actividades mundanas).

El segundo término que habla de ofender al Espíritu Santo aparece en 1 Tesalonicenses 5:19: “No apaguéis al Espíritu”. Aquí se representa la obra del Espíritu Santo como una llama de convicción santa o de celo que se genera en el corazón. La expresión “apagar al Espíritu” sugiere la idea de que se hace caso omiso de Él cuando nos impulsa a un mayor servicio y dedicación. No se le opone violentamente, como cuando es resistido, pero sus impulsos e instancias a que hagamos algo son suprimidos. La mente simplemente los ignora y pasa de largo. El creyente puede permanecer fiel en cuanto a la doctrina, pero ya no es tan agradable a Dios en lo que se refiere a su conducta y a lo que hace.

La llama o fuego que el Espíritu produce es amor y celo por el Señor, por la verdad y por las almas perdidas, lo cual incluye convicción de pecado (cuando conduce a un pesar piadoso), indignación contra nuestras fechorías al igual que prudencia, deseo vehemente y celo por reformarnos. (Todos estos términos se encuentran en 2 Corintios 7:11). La llama del Espíritu nos puede instar al evangelismo, o a acudir con compasión a ayudar a otra persona. ¿Apagamos el fervor de los propósitos piadosos que el Espíritu “enciende” en nuestros corazones? ¿Apagamos y suprimimos los recordatorios de la conciencia? ¿Nos es incómodo a veces man tener el celo espiritual, porque es contrario a nuestro estado de ánimo o demasiado costoso para nosotros? ¿Dejamos a un lado la alabanza, la oración, la gratitud, la dedicación y las buenas obras debido a ello?

¿Cómo podemos hacer esto siendo cristianos? Simplemente al olvidar que el autor de toda sensibilidad piadosa es el siempre presente y poderoso Espíritu de Dios. No tenemos solo y simplemente una aparición divina, lo cual sería maravilloso, sino algo mucho mejor: un Residente Divino que enciende el rescoldo de la actividad espiritual, restaurándolo a pleno vigor. Pero perdemos de vista la doctrina y la realidad de su presencia, y sofocamos su obra revitalizadora y energizante en nuestro interior.

El Espíritu es contristado cuando su obra en nosotros y por nosotros es ignorada.

El tercer término que describe nuestra forma ofensiva de tratar al Espíritu Santo aparece en Efesios 4:30, donde dice: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención”. Esta exhortación nos muestra un poco del corazón invisible del Espíritu Santo. Con toda certeza, una de las cosas “profundas de Dios” es la revelación de que es contristado, lo que literalmente significa que se le causa aflicción y dolor (o pesar), debido a la falta de respeto y a la rebeldía de los creyentes. Nuestro infinito y todopoderoso Residente Divino puede ser ofendido, lastimado y herido en el corazón debido a la indiferencia de aquellos que está llevando al Cielo. El Espíritu es contristado cuando su obra en nosotros y por nosotros es ignorada. El hecho de que el invencible e indestructible Espíritu pueda ser entristecido está muy por encima de nuestro entendimiento, pero la revelación nos dice que eso es así. El amor del Espíritu Santo por nosotros —así como el amor de Cristo— es tan grande, que ama a personas que son insignificantes ante Él.

En Santiago 4:5 se nos hace una pregunta misteriosa: “¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?”. Con un amor poderoso y protector Él se contrista debido a nuestras rebeliones y fallas, tal como nos pasa con los contratiempos y desgracias de nuestros propios hijos y seres queridos. Si tan solo estuviéramos más conscientes de los sufrimientos del Espíritu por nosotros, qué diferencia haría eso en nuestro cuidado y aplicación escrupulosa a todo.

Pablo parece haber sido muy consciente de su deuda con el Espíritu, diciendo: “Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu…” (Romanos 15:30). ¡Cómo amaba Pablo al Espíritu Santo! En este pasaje dice, en efecto, si solo amaramos al Espíritu, no lo contristaríamos, sino que oraríamos como nunca antes pidiendo que el Evangelio progresara. La exhortación que dice “no contristéis al Espíritu Santo” se hace en el contexto de la vida santa, despojándonos del viejo hombre y revistiéndonos del nuevo. Debemos refrenar toda palabra corrompida, ya sea en forma de comentarios jactanciosos, o palabras mundanas, deshonestas, exageradas, sucias y lujuriosas, o palabras de amargura, chismosas e hirientes.

¿Cómo contristamos al Espíritu Santo? Ignorando el remordimiento de conciencia que el Espíritu activa, y al no detener las palabras o las acciones ofensivas. Si suprimimos su obra y pecamos de todos modos, entonces sus recordatorios cesarán, la conciencia se adormecerá, y caeremos muy fácilmente en una manera de hablar y actuar pecaminosas cada vez más frecuentes, perdiendo así la comunión con Dios y su bendición. De igual forma, si no oramos pidiendo tener bondad personal activa hacia los demás, y también misericordia y perdón, y no aplicamos estas cosas, entonces contristamos al Espíritu, quien obra promoviendo estas virtudes dentro de nosotros (Efesios 4:29-32).

Una vez más debemos preguntarnos, ¿no tomaríamos más en serio las instancias y los impulsos de la conciencia si recordáramos y respetáramos el hecho de que es nuestro Residente Divino quien obra para purificarnos y perfeccionarnos? Tal vez ayude si consideramos algunas de las posibles razones por las cuales contristamos al Espíritu Santo.

1. La naturaleza del Espíritu Santo

Obviamente la primera razón por la cual el Espíritu es contristado es porque Él es santo. Desde luego que el Santo se ofende cuando aquellos donde Él mora prefieren “revolcarse” en cosas que Él considera suciedad y hedor. El totalmente puro y Santo de Dios se digna a morar en el creyente, pero pensamos y mantenemos cosas ofensivas en nuestra mente y lo herimos.

2. Lo que ha hecho por nosotros

El Espíritu también será contristado cuando “pisoteemos” toda su obra pasada en nuestras almas. El Espíritu fue el que abrió nuestros corazones al Evangelio mediante un acto regenerador, suavizando nuestra voluntad antagonista, abriendo nuestros ojos a nuestra difícil situación espiritual, llevándonos a una profunda convicción de nuestro pecado y mostrándonos que Cristo el Señor es el único Salvador. Luego nos rendimos a Cristo y nos comprometimos con Él, pero ahora prestamos poca atención al pastoreo continuo del Espíritu, y en la práctica casi no reconocemos que Él existe.

3. Lo que Cristo ha hecho por nosotros

El Espíritu también será contristado debido a lo que Cristo ha hecho por nosotros. ¿Quién sabe mejor que Él y el Padre cuán grande es el precio que el Salvador pagó por la redención de cada alma? Cristo tomó el eterno y aplastante peso del pecado para redimirnos, de modo que Él es nuestro, y Él será nuestro Rey visible en la gloria eterna. Pero ¿cómo correspondemos a su obra? Pues frecuentemente mediante un caminar inconsistente, tratando a la ligera el deber de esforzarnos por tener santidad y a veces atendiendo nuestros intereses terrenales con mayor fervor que la obra del Señor.

4. Las consecuencias que nos buscamos

El Espíritu Santo, sin duda, también es contristado por causa nuestra, porque conoce las consecuencias que nos buscamos al descuidar sus recordatorios, tal como la pérdida de la comunión segura con Dios, la pérdida de la instrumentalidad en el evangelio, la pérdida de las respuestas a nuestras oraciones y la pérdida de un profundo gozo cristiano.

5. El daño al Evangelio

Con toda certeza el Espíritu también será contristado por el golpe que nuestro deslustrado caminar espiritual da a la causa de Cristo, a medida que no damos ningún ejemplo de santidad y de celo a los creyentes más jóvenes, y a medida que aquellos que nos rodean, especialmente los inconversos, observan nuestra frialdad e inconsistencia.

6. El Edén en nuestros corazones

El Espíritu indudablemente es contristado cuando duplicamos el huerto del Edén en nuestros corazones; cuando en nuestros momentos de rebelión dejamos de lado la dedicación plena a alguna obligación o deber cristiano, pensando dentro de nosotros en palabras similares a las de la serpiente: “¿Conque Dios ha dicho que habrá consecuencias por esto?”. Si crece el orgullo y el amor propio aumenta, o si la avaricia se apodera de nosotros, o si la ingratitud se hace mayor, entonces contristaremos al Espíritu a un grado que no podemos comprender.

Los recordatorios del Espíritu Santo

En todo lo que hemos dicho aquí acerca de los recordatorios del Espíritu Santo, no queremos dar la impresión de que el Espíritu Santo revelará cosas que están fuera de la Biblia a los creyentes. Por ejemplo, no nos revelará doctrina autoritativa, porque la Escritura enseña claramente que todo lo que necesitamos saber ha sido revelado una vez para siempre en el Libro de Dios. La Biblia es la autoridad completa, plena y suficiente para el conocimiento de Dios, para la salvación, para vivir la vida cristiana y para la operación de las iglesias. Todas las afirmaciones modernas respecto a información nueva recibida mediante visiones o palabras directas están totalmente equivocadas.

Sin embargo, el Espíritu Santo constantemente obra en la conciencia, nos recuerda la Escritura, nos capacita para entender la Biblia (si humildemente lo pedimos y usamos las reglas de interpretación que la Biblia misma nos da), aclara nuestras mentes (a medida que analizamos diferentes cuestiones), e incluso nos recuerda respecto a deberes espirituales y otras cosas importantes que podríamos olvidar. El Espíritu de Dios frecuentemente derrama en nosotros un inmenso gozo y aprecio por la Palabra, mientras reflexionamos respecto a sus riquezas. El poderoso Espíritu Santo, que mora en los creyentes, interactúa constantemente con ellos,pero nunca de forma que deje de lado la Palabra infalible ya revelada por Él (o causando el descuido de la misma). La persona que dice: “El Señor me dijo esto”, siguiendo una voz interna imaginaria, se ha alejado bastante del estándar de la Biblia.

el Espíritu Santo activa la con ciencia, de modo que no podamos cometer fácilmente (y a la ligera) la acción pecaminosa

Pablo también describe la obra de gracia del Espíritu en los corazones de los creyentes en Gálatas 5:16-18, donde se nos alienta a que andemos en el Espíritu y, al hacerlo, evitemos obedecer los deseos de la carne. El apóstol nos dice que hay una batalla en el corazón que es causada por nuestra tendencia remanente a pecar, la cual desea ser gratificada y se resiente contra la nueva naturaleza que el Espíritu Santo ha creado. Pero el Espíritu Santo se opone a tales deseos pecaminosos “para que no hagáis lo que quisiereis”, y activa la con ciencia, de modo que no podamos cometer fácilmente (y a la ligera) la acción pecaminosa “propuesta”, ni decir esas palabras inapropia das; también somos detenidos y se nos hace notar que estamos a punto de ofender a Dios. Pero ¿qué pasa si pasamos de largo dicha barrera protectora? ¿Y si pecamos a pesar de que el Espíritu Santo active la conciencia? Tal vez exista una gran tentación o una ofensa persistente, y resistimos (nos oponemos) al Espíritu. Sin embargo, también podría ser que no nos oponemos ni nos resentimos, sino que simplemente apagamos (o silenciosamente anulamos) sus recordatorios. Sea el caso que sea, con toda certeza contristaremos al Espíritu.

“Pero si sois guiados por el Espíritu”, nos dice Pablo, “no estáis bajo la ley”, es decir, que la persona que es sensible a la obra del Residente divino y conscientemente le obedece, puede estar segura de que verdaderamente es salva y ya no está bajo la condenación de la ley. Por supuesto, la ley sigue siendo la norma moral dominante de nuestras vidas, pero ya no seremos juzgados por ella, porque Cristo le ha quitado su aguijón.

El apóstol asimismo dice que “si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. Entonces, estando constantemente agradecidos por su bondadosa presencia, siendo sensibles a su obra y conscientes en respuesta a lo anterior, experimentaremos y probaremos el poder y la bendición del Espíritu, y tendremos un avance en la piedad, y también gozo, paz, entendimiento y utilidad. No resistamos su obra en el corazón, la cual nos insta a un mayor compromiso y servicio espiritual. No apaguemos sus instancias ni su obra en la conciencia. Y no le contristemos siendo negligentes.

No resistáis, no apaguéis y no contristéis al Espíritu Santo descuidando la oración y la intercesión

Por último, no resistáis, no apaguéis y no contristéis al Espíritu Santo descuidando la capacidad de orar y la intercesión. No resistáis ningún deber, ni apaguéis ninguna de sus instancias, porque es el Espíritu el que perfecciona y traduce la oración al lenguaje del Cielo, ayudando a nuestras debilidades, intercediendo por nosotros con un fervor que está más allá de nuestro alcance y conformando nuestras oraciones a la gloriosa voluntad de Dios (Romanos 8:26-27). Un extraordinario himno de William Bunting, un predicador de la línea de Wesley del siglo XIX, capta el sentir de creyentes sinceros en relación al Espíritu, y pone una respuesta apropiada en el corazón:

¡Espíritu Santo! Ten compasión de mí, Compungido de dolor por haberte agraviado; Presente, aunque no perceptible a nuestros sentidos, Escucha a un corazón afligido.

Innumerables pecados confieso, Sobremanera pecaminosos; Pecados contra ti solo,

Solo conocidos a tu omnisciencia:

He ignorado tus llamadas gentiles,

No he reflexionado al recordar mis caídas,

He tenido solo temores pasajeros al estar bajo tu vara, He sido traicionero con mi Dios.

Aun habiendo experimentado que el Señor es bueno, He buscado alimento envenenado;

Ante las fuentes celestiales

He deseado suministros terrenales.

He tenido preocupaciones mundanas durante la adoración;

Y objetivos infieles al participar en obras sublimes; También orgullo cuando mi Dios está pasando; Pereza cuando muchas almas en oscuridad mueren.

¡Cuán tranquilamente he dormido! Sin lamentar mis pecados de cada día, He intentado aplazar tus regaños,

He rehuido del Consolador herido.

Y aun así tus consuelos no me fallan,

Y aun así tu ayuda curativa no me falla; Residente paciente de mi pecho,

Tú eres afligido y, sin embargo, yo soy bendecido.

Ten misericordia de mí,

¡Ahora tengo anhelo Señor, por Ti! Padre, perdona por medio de tu Hijo

¡Los pecados que contra tu Espíritu he cometido!

William Bunting, 1805-66

 

Este artículo también es un capítulo del libro "La vida espiritual personal", por el Peter Masters. Publicado en 2018 por la Wakeman Trust. Disponible para comprar a través de la librería del Tabernáculo. ISBN 978 1 908919 90 8

 

Títulos de los capítulos:

  1. Cómo tratamos al Espíritu Santo que está en nosotros
  2. La lucha personal del cristiano
  3. El plan positivo de Pablo para la santidad
  4. Caminar con gozo espiritual
  5. Cómo “se siente” la presencia de Dios
  6. El propósito de nuestro caminar
  7. Todo el mundo tiene dones especiales
  8. Aliento espiritual
  9. El poder de la oración
  10. La sinceridad, ante todo
  11. La humildad, esencial para tener bendición
  12. La vida de compromiso