La sinceridad ante todo en la armadura cristiana
Dr. Peter Masters. De la Sword & Trowel 2007, issue 1
"Estad, pues, firmes", dice el apostol, "ceñidos vuestros lomos con la verdad". De entre todas las virtudes cristianas, el Nuevo Testamento dice que el amor es la primera y la mayor, pero cuando se nos dice que varias virtudes forman la armadura cristiana, la sinceridad es la pieza que debe ponerse primero como base de todas las demás. Si no es la mayor, es una virtud esencial de la que dependen otras virtudes. ¿Tenemos esta virtud? ¿Sabemos cómo mantenerla?
Pablo habla de vestirse de toda la armadura de Dios para que podamos estar firmes contra las asechanzas y estrategias del diablo. La frase “Toda la armadura” se refiere a la gama completa de armadura y armas, no solo a la coraza protectora de metal. Se incluyen tanto las armas ofensivas como defensivas. La necesidad de tener una armadura se debe a que los espíritus malignos, los cuales tienen un poder y una astucia aterradores, emplean sus estrategias contra nosotros,
lo cual incluye las tentaciones a pecar y el socavamiento de nuestra certeza de salvación. Además de eso, los demonios de las tinieblas constantemente se esfuerzan por distraernos de nuestra misión por las almas, tratando, si pueden, de eliminar cualquier testimonio. Pueden hacer esto poniendo atracciones mundanas ante nosotros y haciendo que nuestras prioridades se tambaleen, para que la obra de Dios ya no sea nuestro objetivo principal. También quieren hacer que las personas y las iglesias estén en un estado de frialdad espiritual y letargo. Asimismo, los demonios atacan con “doctrinas de demonios”, introduciendo en iglesias sanas ideas falsas y métodos falsos. ¡Cuánto necesitamos la armadura de Dios!
Determinación militar
Pablo nos dice que tomemos toda la armadura de Dios “para que [podamos] resistir en el día malo”. Y ¿cuál es el día malo? Hasta cierto punto, todos los días son malos porque el diablo nunca duerme. Pero hay algunos días y algunos periodos de tiempo cuando Satanás y sus huestes son particularmente despiadados. A veces suspenden su ataque para hacernos tener una falsa sensación de seguridad, pero de repente usan múltiples tentaciones juntas. Pero la armadura de Dios es suficiente, si tan solo la utilizamos. Las palabras de Pablo “Estad, pues, firmes” están llenas de determinación, y como creyentes y como iglesias, debemos responder: “No cederemos terreno”.
Debemos mantenernos firmes en todos los intentos de hacernos pecar o de que nos alejemos de la gran misión de Cristo. Debemos resistir con gran determinación todos los ataques de herejías, métodos falsos y adoración irreverente. Pero ¿cómo obtenemos tal determinación? La respuesta está en el primer aditamento de la armadura. “Estad, pues, firmes”, dice el apóstol, “ceñidos vuestros lomos con la verdad”.
La armadura y su cinturón
Para ver la importancia completa de este cinturón de la verdad, debemos describir brevemente la armadura de un soldado romano. Tenía una espada, y tal vez también una espada corta, parecida más bien a un cuchillo muy grande. Generalmente lo enviaban con dos jabalinas, y para protegerse tenía un escudo. Su vestimenta consistía en un cinturón ancho, el cual se cree que tenía entre unos quince y veinte centímetros de ancho, incluso más grande que un cinturón actual para levantar pesas, hecho de cuero de unos sesenta milímetros de grosor o más; estaba cubierto por tiras verticales de hierro, de modo que el cinturón era flexible, pero proporcionaba un metal protector sobre el abdomen. De este cinturón se extendía una especie de falda de cuero, también cubierta con tiras de metal para proteger los muslos.
En sus piernas, el soldado llevaba grebas, una antigua palabra para lo que llamaríamos almohadillas para las espinillas, solo que más grandes, hechas de metal y atadas con firmeza. También tenía un yelmo y una coraza.
El cinturón era fundamental para todo ello, no solo porque brindaba protección, sino porque el peto y la coraza posterior se ponían más bien como un cartel plegable, y luego se anclaban al cinturón, por delante y por detrás. El cinturón también servía de funda para la espada y el cuchillo, junto con las jabalinas, unidas por hebillas. Se cree que incluso el escudo estaba unido a la coraza posterior y al cinturón, con otras cosas también. El cinturón, por lo tanto, era la base firme para otros componentes. Además, “ayudaba” al soldado a estar preparado para la acción.
Teniendo todo esto en mente, el apóstol hace una lista de los elementos vitales para la guerra cristiana, comenzando con las palabras: “Ceñidos vuestros lomos con la verdad”. Evidentemente, queremos saber qué significa aquí la verdad. ¿Está queriendo decir el apóstol que “antes de ponerse cualquier otra parte de la armadura espiritual, hay que vestirse con la verdad o las doctrinas fundamentales de la fe”? Esta interpretación ciertamente tendría sentido, pero no puede ser correcta porque la verdad doctrinal se menciona más adelante como “la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios”.
Quizás, entonces, cuando se menciona “la verdad” en este pasaje significa que debemos vestirnos ante todo de honestidad. Pero esto también es poco probable, ya que la honestidad (un valor moral fundamental) seguramente está incluida en “la coraza de justicia”, que se menciona más adelante. Entonces, ¿qué se entiende cuando se habla de tener los lomos ceñidos con la verdad? La mejor interpretación es que significa veracidad en el sentido de sinceridad y de ser genuinos, de modo que Pablo nos dice que nos pongamos alrededor de los lomos el cinturón de la sinceridad, lo cual sostendrá firmemente todas las otras virtudes cristianas vitales para nuestra guerra espiritual.
La sinceridad para defendernos y "atacar"
La sinceridad es una virtud invaluable que el Espíritu da en la conversión. Esto está implícito en la ilustración de la armadura del soldado romano, porque él no la fabricó ni la compró, sino que alguien se la dio, y él simplemente recogió su equipo de la armería; y así ocurre con la sinceridad: es un regalo. No podemos crear sinceridad dentro de nosotros; Dios nos la tiene que dar mediante su poder. Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y el cinturón de candidez, sinceridad y que nos hace genuinos debe provenir únicamente de Dios.
Nunca ha habido un verdadero converso que no haya sido hecho profundamente sincero. Lamentablemente, mucha de esta sinceridad del “nacimiento espiritual” puede desaparecer, pero Dios la restaurará, renovará y fortalecerá si se lo pedimos.
Todos hemos conocido personas que eran orgullosas, imposibles de enseñar, maliciosas, astutas y egoístas antes de la conversión, pero uno de los grandes signos de la obra regeneradora de Dios fue la llegada de la verdadera sinceridad, y esto debe seguir siendo la base de todo lo demás. El cinturón de la sinceridad es una poderosa armadura defensiva, porque hace que sea mucho más difícil que el diablo nos derribe. Un creyente sincero es consciente de su conducta, de manera que rehúye de la falsedad, la hipocresía y cualquier otra cosa que socave la obra del Señor.
Sin embargo, el cinturón de sinceridad también podría verse como un arma ofensiva, ya que contenía las espadas y las lanzas del soldado. Es productivo para el evangelio porque las personas que no son salvas normalmente respetan y escuchan a las personas que evidentemente son sinceras. Todas las personas, excepto las más endurecidas, respetan la sinceridad.
Al igual que el cinturón del soldado, la sinceridad también prepara y arma de valor a los creyentes para la batalla, haciendo que demos lo mejor que podamos por el Señor y que nos preparemos de manera personal y en oración para el esfuerzo espiritual. La falta de sinceridad es lo que hace que uno esté confiado y considere de manera superficial las cosas.
Hay varias palabras que se traducen como sinceridad en el Nuevo Testamento griego; una significa probado por el sol y hallado puro y genuino. Otra significa “legítimo” o nacido legítimamente, descartando la pretensión y la hipocresía. Y otra palabra griega que se traduce como “sincero” significa sin deterioro, libre de podredumbre. En otras palabras, una persona sincera es completamente genuina y consistente.
El diablo odia la sinceridad, porque es un mentiroso desde el principio. La sinceridad lo repele y lo hace reacio a acercarse a nosotros. Y por el contrario, la falta de sinceridad alienta el ataque satánico. “El hombre de doble ánimo”, dice la carta de Santiago, “es inconstante en todos sus caminos”.
La falta de sinceridad alberga un programa alternativo en la mente, de modo que tenemos la intención de seguir metas cristianas de manera parcial, ya que al mismo tiempo ideas, delicias y ambiciones mundanas también demandan atención en nuestra mente. La persona sincera tiene un solo objetivo, que es complacer y servir al Señor, y esto constituye una protección intrínseca contra Satanás y la reincidencia. Si la sinceridad es el cinturón fundamental de otras virtudes, entonces nuestro fervor se purifica.
El deseo de que otros nos vean haciendo cosas por el Señor a veces produce celo sin sinceridad. Sin embargo, la sinceridad purifica nuestros motivos, de modo que deseamos que muchas almas sean salvas y solo Cristo glorificado. La sinceridad hace que seamos reacios al pecado y que nos inclinemos a obedecer al Señor. La sinceridad siempre es diligente, de modo que la persona sincera cumple sus promesas, ya sea al Señor, a la iglesia o a la sociedad en general, y cumple con sus deberes y responsabilidades.
Una persona sincera considera la jactancia como algo de mal gusto. No puede aparentar o exagerar sus logros deshonestamente.
Es menos probable que una persona sincera sea malhumorada o de mal genio, porque en tales estados de ánimo generalmente vemos las cosas de una manera exagerada o falsa, y la sinceridad no puede hacer esto.
La sinceridad, por lo tanto, es una gran protección; un elemento fundamental en la armadura de la santificación. La coraza de justicia no se puede unir correctamente a la armadura sin ceñirnos de la sinceridad.
Pablo concluye el pasaje de la “arma- dura cristiana” con un poderoso llamado a la oración, pero hay poca oración cuando hay poca sinceridad; y sin oración, el resto de la armadura no sirve de nada.
La sinceridad perdida
1. ¿Cómo regresa a la vida del creyente la falta de sinceridad que existía antes de la conversión? Entra sigilosamente con una serie de circunstancias; la primera es la de doble ánimo, mencionada anteriormente. Es posible que deseemos que la iglesia y las almas sean bendecidas, y es posible que deseemos saber más de Cristo, pero si ponemos objetivos egoístas y mundanos junto a estos deseos piadosos, de modo que tengamos objetivos dobles, perdemos la sinceridad.
Extendiendo la ilustración militar del apóstol, nos posicionamos del lado del Señor, pero también tenemos intereses del otro lado. ¿Qué tipo de soldado será esa persona? ¿Qué nivel de celo podemos tener si tenemos afinidad con los aspectos impíos de este mundo presente?
2. Si somos maliciosos también echamos la sinceridad por la borda. Si, por ejemplo, escondemos cosas en nuestras vidas que no quisiéramos que otros cristianos supieran, volviéndonos reservados y no francos, ¿cómo puede sobrevivir la sinceridad? Mentir cierta- mente destroza la sinceridad.
3. Otra manera segura de socavar la sinceridad es permitiendo que disminuya nuestro sentido de la fuerza y del poder del enemigo, y de cuán peligroso es. La sinceridad depende de la realidad. Tiene características serias y no puede coexistir con un exceso de confianza superficial.
4. La sinceridad tiene un sumo deseo de estar firme en la batalla espiritual, y no puede sobrevivir en una persona que no hace ningún esfuerzo por mantener a la vista la debilidad del corazón y la gran astucia de Satanás.
5. Sin duda, la sinceridad se desvanecerá si, siendo cristianos, ya no queremos ganar la batalla por las almas y por la santidad. Por ejemplo, si en especial no queremos testificar y decidimos no participar en la misión de Cristo, no cabe duda de que suprimiremos nuestra sinceridad, porque en su momento nos entregamos totalmente y sin reservas al Señor, pero ahora nos hemos retractado de nuestros votos. Probablemente hemos repetido nuestra primera promesa a Cristo muchas veces, consagrándonos y rededicándonos de nuevo, pero ya no tenemos la intención de cumplir todas estas promesas.
¿Dónde está nuestra sinceridad entonces? De manera similar, si ya no tenemos hambre y sed de justicia, hemos abandonado nuestras promesas, hemos engañado al Señor y hemos perdido nuestra integridad.
6. La sinceridad también se evapora una vez que olvidamos que el ojo del Señor está sobre su pueblo todo el tiempo. El tener presente que estamos ante el Señor constantemente es el baluarte y la piedra angular de la sinceridad. Sabiendo esto no podemos tomarnos la libertad para hacer lo que queramos y también nos ayuda a que reaccionemos adecuadamente ante todas las pruebas de la vida. Cristo está cerca y lo sabe todo, y tener conciencia de ello es el combustible de la verdadera sinceridad.
Así que la sinceridad se destruye si tenemos una lealtad dividida, o una doble vida, o si omitimos los deberes cristianos, o si perdemos nuestro sentido del peligro, porque ya no queremos pelear y ganar la buena batalla de la fe, o si somos insensibles a la presencia vigilante del Señor. Todas estas cosas arrancan la sinceridad, ese regalo vital del Señor, dando paso a la dureza del corazón y finalmente al cáncer de la hipocresía.
Cuando consideramos estos riesgos, nos alegramos en gran manera de que la sinceridad pueda ser reactivada cuando nos arrepentimos ante Dios, nos rededicamos y renovamos sinceramente nuestros votos.
Puesto el cinturón la sinceridad
1. Es bueno saber qué es lo que pone en riesgo la sinceridad, pero ¿cómo la ceñimos a nosotros, de manera positiva, como cuando un soldado romano se abrocha el cinturón? En primer lugar, obviamente, oramos por ello. Oramos pidiendo todo tipo de cosas, pero ¿oramos con gran deseo pidiendo tener sinceridad?
Podemos fortalecer nuestro deseo si vemos la fealdad y debilidad de la falta de sinceridad. Horrorizarnos por la falta de sinceridad nos insta a vigilar nuestros corazones y orar por lo contrario. Constantemente tenemos que preguntarnos: “¿Estoy siendo verdadero? ¿Estoy siendo genuino? ¿Estoy siendo realmente sincero en mi fe y en mi caminar?”. Tales ideas y desafíos nos llevarán a orar pidiendo sinceridad.
2. Otro gran estímulo para “vestirnos” de sinceridad es pensar en el costo de las almas que Cristo compró en la cruz del Calvario. Refle xione sobre lo que ha invertido en nosotros y lo que ha hecho por nosotros. Él no sufrió agonías inconmensurables en cuerpo y alma para comprar cristianos falsos, sin compromiso, anémicos espiritualmente, renuentes, transigentes y vacilantes. ¿Acaso no queremos ser hechos a su imagen?
3. Para ponerse el cinturón de la sinceridad debemos estar decididos a responder al remordimiento de conciencia cada vez que nos atribule por medio del estímulo del Espíritu Santo. Cuando nos atraiga un deseo pecaminoso, o nos inclinemos a tener mal carácter o una reacción errónea, o cuando nos venga a la boca alguna mentira “piadosa” o palabra maliciosa, ¿estaremos listos y dispuestos a prestar atención a la advertencia de la conciencia?
¿Responderemos e inmediatamente pondremos fin a ese pecado que va en aumento? Hacer caso a la conciencia y el deseo de obedecer con prontitud es una gran parte de “vestirse de sinceridad”. Pero suprimir la conciencia, incluso por un momento, implica poner en la basura el cinturón de la sinceridad.
4. Para ponernos el cinturón de la sinceridad, nos proponemos ser muy específicos en nuestras oraciones. Por el contrario, generalizar con Dios en oración es fomentar la falta de sinceridad. Por ejemplo, cuando se trata del tiempo de oración, no deberíamos arrepentirnos superficialmente, orando simplemente: “Señor, perdóname, me arrepiento”. Eso no puede ser un arrepentimiento sincero, sino solo un autoengaño tonto y superficial. Debemos recordar lo que hemos hecho, o al menos la amplia gama de pecados en nuestra conciencia, por lo cual necesitamos ser perdonados. Debemos nombrarlos, y sentir una carga y vergüenza por ellos, y prometer mejores medidas para evitarlos.
El arrepentimiento superficial o generalizado es un arrepentimiento falso, inconsistente con la sinceridad. De manera similar, como señalamos anteriormente, en nuestras oraciones de intercesión deberíamos tener más personas específicas en nuestra mente y corazón, por quienes deberíamos interceder con compasión y deseo. Las ideas generales no tienen sustancia, no muestran esfuerzo, son perezosas y no son sinceras. Los predicadores a menudo citan la siguiente frase bien conocida en inglés para ilustrar este tipo de superficialidad:
Me arrodillé en oración cuando el día había terminado, y oré: “Oh Dios, bendice a todos”. Por supuesto que la oración pública no siempre puede ser muy específica; pero en la oración privada si decimos “¡Dios, bendice a los perseguidos!” no es suficiente.
Al ser más específicos en todas nuestras oraciones, nos ceñimos más firmemente con la sinceridad.
5. Para vestirnos de sinceridad debemos buscar ser personas consistentes manteniendo nuestras prioridades espirituales como lo más importante, incluso cuando estamos excepcionalmente ocupados y las responsabilidades nos apremian.
6. Demos ponernos el cinturón de la sinceridad en cada uno de los aspectos de la vida: la vida familiar, la vida personal y la vida laboral, y nunca debemos permitir que desaparezcan los objetivos espirituales y la oración.
La hermosura de la sinceridad
La sinceridad es extraordinariamente hermosa, realzando y adornando la personalidad y el carácter de cada tipo de persona. Desde el creyente más simple hasta el más grande intelectual, la sinceridad hace que todos sean mucho más atractivos. El creyente de mayor edad es enriquecido y elevado por ella, y también lo es el más joven. Como hemos señalado antes, los que no son salvos respetan la sinceridad, pues da validez al creyente y a su mensaje más que cualquier otra cosa, especialmente ante los jóvenes.
Una de las características más notables de los niños es que ellos infaliblemente disciernen la sinceridad o la falta de sinceridad (es curioso que tal percepción rara vez sobreviva más allá de la infancia). Si somos personas sinceras, nuestros niños de la escuela dominical nos escucharán, y nuestros propios hijos nos respetarán.
Sin embargo, el mayor de todos los beneficios que se derivan de la sinceridad es que Cristo vendrá a nosotros por medio de su Espíritu, para dar mayor luz y bendición. La falta de sinceridad, al igual que el orgullo, lo aleja.
La "familia" de la sinceridad
El “padre” de la sinceridad es la gratitud, y si mantenemos viva y activa la gratitud hacia Dios por todo lo que ha hecho por nosotros, la sinceridad será enormemente fortalecida.
La “madre” de la sinceridad es el amor, de modo que si amamos al Señor con todo nuestro corazón, nuestra sinceridad aumentará.
El “hermano” de la sinceridad es la fe, porque uno siempre fortalece al otro.
La “hermana” de la sinceridad es la diligencia, y si somos diligentes y somos concienzudos, especialmente en asuntos espirituales, mantendremos la sinceridad.
Así que digamos: “Señor, haz que sea sincero y genuino en mi vida espiritual, en mi vida familiar y en mi comportamiento en el mundo”. ¡Ceñíos de la verdad o sinceridad! ¡Qué protección proporciona! ¡Qué poder hay en esto! ¡Y qué ejemplo se establece para otros!
La sinceridad es la base de nuestra determinación de agradar a Dios y de vencer al diablo. Nos hace fieles y leales en todo lo que hemos emprendido, nos permite permanecer firmes, y es una joya en la personalidad y el carácter de quien la posee. La sinceridad en sus miembros protegerá a la iglesia de las potestades y los gobernadores de las tinieblas de este siglo, y la hará diligente y eficaz en la defensa de la verdad. La sinceridad nos impulsará a cumplir la gran comisión del Señor. Sin duda, lo que se nos presenta en Efesios 6.14 es una sinceridad o autenticidad preciosa, humilde y radiante: “Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad”.
Este artículo también es un capítulo del libro "La vida espiritual personal", por el Peter Masters. Publicado en 2018 por la Wakeman Trust. Disponible para comprar a través de la librería del Tabernáculo. ISBN 978 1 908919 90 8
Títulos de los capítulos:
-
Cómo tratamos al Espíritu Santo que está en nosotros
-
La lucha personal del cristiano
-
El plan positivo de Pablo para la santidad
-
Caminar con gozo espiritual
-
Cómo “se siente” la presencia de Dios
-
El propósito de nuestro caminar
-
Todo el mundo tiene dones especiales
-
Aliento espiritual
-
El poder de la oración
-
La sinceridad, ante todo
-
La humildad, esencial para tener bendición
-
La vida de compromiso