“¡Me es impuesta necesidad!”
Dr. Peter Masters
Un ruego para que haya una verdadera
predicación del evangelio
HOY EN DÍA rara vez se escuchan predicaciones convincentes, persuasivas, que den convicción de pecado, y que revelen la misericordia de Dios y la posibilidad de que almas moribundas sean redimidas. Prácticamente ha desaparecido el arte más noble que jamás se ha concedido a nuestra raza humana caída para la edificación de las iglesias, y se está dando paso a trucos y técnicas mundanas.
Existen iglesias bíblicas en todo el mundo, especialmente en occidente, que ya no valoran el estilo de razonamiento y ruego de la predicación evangelística, la cual fue una vez su característica principal y gloria. Esta pérdida se hace patente en todo tipo de iglesias bíblicas, sin importar que tengan una teología arminiana o calvinista. La primera, en general, se parece muy poco a sus antepasados, tales como los primeros metodistas, cuyos fervientes llamados a responder al evangelio se oían tanto al aire libre como en las capillas todas las semanas de cada año.
Hoy en día, la mayoría de los evangelistas con una postura arminiana piensan que es suficiente arengar a sus oyentes a que reciban a Cristo sin darles una explicación legítima de por qué deberían hacerlo. Casi no explican la santidad y justicia de Dios, el estado de condenación en que está el pecador, el precio de la salvación o la naturaleza del arrepentimiento genuino y la fe. El evangelio arminiano no es ni la sombra de lo que fue, y términos como “fe fácil” han sido acuñados para describir sus superficiales invitaciones a la salvación.
La gente que responde a estos llamados a menudo no tiene un entendimiento real de su pecaminosidad y necesidad espiritual y, desde luego, no llegan a entender cómo arrepentirse de un modo significativo. No hay duda de que esta es la razón por la que una abrumadora mayoría de personas que “profesan a Cristo” en muchas cruzadas masivas se apartan en cuestión de días y, ni que decir en semanas o años. Este es el motivo por el que muchos “convertidos” de misiones universitarias abandonan su cristianismo en cuanto se gradúan.
¿Herederos de los reformadores, puritanos y los predicadores del avivamiento?
Sin embargo, ciertas iglesias que dicen ser reformadas o calvinistas generalmente no se encuentran en mejores condiciones. Les encanta considerarse herederas de los reformadores, de los puritanos y de predicadores del avivamiento como George Whitefield, Jonathan Edwards, Howell Harris, Asahel Nettleton y C. H. Spurgeon; pero la verdad es que poco se parecen a sus héroes. Así como hacen los arminianos, los calvinistas de hoy día casi nunca predican sermones específicamente evangelísticos que sean distintivos, persuasivos, bien explicados y, lo que es peor, muchos no creen que tengan que hacerlo. Adoptan un enfoque “romántico” de la predicación del evangelio, de manera que creen que siempre y cuando los hechos de la redención se enuncien en alguna parte de una exposición designada principalmente para creyentes, el Espíritu Santo aplicará esas pocas palabras a los corazones de los incrédulos para que así sean salvos. Con esta expectativa, incluso aquellos comunicadores sumamente capacitados nunca se preocupan de adquirir las habilidades para una predicación verdaderamente evangelística. Algunos creen que predican sermones evangelísticos, pero cuando se les escucha vemos que utilizan cierta manera de razonar y ciertos términos que alguien ajeno al evangelio nunca entendería. Dicha predicación nada tiene que ver con la predicación evangelística histórica y verdadera.
No cabe duda que debemos remover cielo, tierra y mar en el Reino Unido, EE. UU. y muchos otros países del mundo para encontrar una iglesia donde constantemente se tenga un culto específicamente evangelístico (lo cual era una costumbre casi universal hace cincuenta años o más en países como el Reino Unido y EE. UU.). No nos estamos refiriendo aquí a iglesias que están muertas y perdidas en un liberalismo teológico, sino a congregaciones evangélicas que aman al Señor y su Palabra. En lo que acabamos de describir radica tanto el misterio como la tragedia del momento.
¿A qué se debe que pastores fieles y capaces sean tan reticentes a predicar constantemente sermones exclusivamente evangelísticos? ¿Cómo es que buenos predicadores se declaran a favor de la libre oferta del evangelio y, sin embargo, casi nunca la predican? ¿Cómo podemos continuar así mientras las palabras de Pablo permanecen en la Biblia: “Me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!”?
La respuesta es que se ha eliminado el reto inquietante y examinador de las palabras de Pablo mediante un sorprendente cambio en el modo en que se define el “evangelio”. Sin este cambio, la seria advertencia de Pablo “¡Ay de mí!” podría haber sido suficiente para mantener la predicación evangelística como la cúspide de todo ministerio. ¿Qué es lo que ha despojado a tal escritura clave de su fuerza y autoridad? Curiosamente, la respuesta tiene que ver con una conversión a la manera católica y liberal de definir el término “evangelio”.
Las doctrinas salvíficas fundamentales de la Palabra
Hubo un tiempo en el que la abrumadora mayoría de protestantes evangélicos utilizaban esta palabra en un solo sentido: para definir las doctrinas salvíficas fundamentales de la Palabra. Roma, sin embargo, empleó el término en un sentido mucho más ambiguo, de manera que lo usó para referirse a la gracia de Dios conferida a través de los sacramentos y los sacerdotes. El esquema completo por el que la madre iglesia dispensaba salvación (a cambio de obras) fue llamado “el evangelio”. Roma fue la primera que subvirtió el valiosísimo término y lo revistió de un significado vago ambiguo.
Después llegaron los teólogos liberales del siglo XIX, quienes diluyeron el término “evangelio” para denotar la influencia cultural general del cristianismo, incluyendo buenas obras sociales. Hoy, los obispos anglicanos (en el Reino Unido) justifican sus frecuentes declaraciones políticas argumentando que son una parte integral del “evangelio”.
Evangélicos del pasado nunca perdieron de vista el verdadero significado de la palabra, insistiendo que “evangelio” indicaba solamente los elementos de la fe para salvar almas.
En cambio, evangélicos del pasado nunca perdieron de vista el verdadero significado de la palabra, insistiendo que “evangelio” (o “las buenas nuevas”) indicaba solamente los elementos de la fe para salvar almas. Ahora, sin embargo, ha ocurrido lo inconcebible, ya que los evangélicos han abandonado su herencia y han optado por el sentido más amplio de la palabra, haciendo del “evangelio” un mero sinónimo de “Biblia”, de manera que cubre todos y cada uno de los aspectos de la verdad bíblica. Mediante esta nueva definición, siempre que un predicador esté alimentando a los santos, cree que está predicando el evangelio. Si da una ponencia teológica en una reunión de pastores, piensa que está ministrando el evangelio. Siempre que enseña cualquier aspecto de la doctrina cristiana, siente que está proporcionando un aspecto del evangelio. Puede que nunca dedique un sermón a gente que no es convertida, explicando su necesidad, mostrándoles a Cristo, conmoviendo sus conciencias, advirtiéndoles de las consecuencias de rechazar a Cristo, y reconviniéndoles para que busquen al Señor. ¿Y qué? Su conciencia no lo incomodará porque cree que siempre que predique, y cualquier cosa que predique, está predicando el evangelio. Su mente es presa de la “rectitud política” evangélica que equipara el “evangelio” con “todo el consejo de Dios”; una postura que, en muchas ocasiones, se expresa apasionadamente.
Los predicadores que sostienen esta nueva definición a menudo se esfuerzan en decir unas cuantas palabras aquí y allá durante el transcurso de un sermón a aquellos que no son convertidos; pero rara vez les dedican un mensaje entero. Nuestro punto es que la nueva definición de “evangelio”, que da cabida a todo, nos permite justificar cualquier cosa que hagamos y todavía permanecer a gusto con las alarmantes palabras de Pablo: “Ay de mí si no anunciare el evangelio”.
La antigua definición basándonos en el uso bíblico del término
¿Qué puede hacerse para restablecer la antigua definición? No es suficiente con simplemente señalar que la definición moderna es una invención “de última moda” de los últimos cincuenta años. Es necesario probar cuán correcta es la antigua definición basándonos en el uso bíblico del término. Si podemos hacer esto, sin duda predicadores que aman la Biblia se convencerán de que la voluntad de Dios es que tengan un ministerio evangelístico constante, centrado y dedicado.
El término “evangelio” en las Escrituras siempre se refiere a presentar a los pecadores perdidos, las doctrinas que salvan almas de forma persuasiva
Una verdad incuestionable es que el término “evangelio” en las Escrituras es un término técnico sumamente específico que siempre se refiere a presentar de forma persuasiva las doctrinas que salvan almas a los pecadores perdidos. Nunca se refiere a la edificación general de los santos, y creemos que esto se probará contundentemente, a los lectores que son objetivos, en el próximo capítulo. Una vez que esto sea establecido, las resonantes palabras de advertencia de Pablo resonarán con un nuevo reto en nuestros corazones: “Ay de mí si no anunciare el evangelio”. ¡Sin duda el sentir de Pablo conlleva una autoridad amedrentadora para los embajadores de Cristo!
Quizás somos fieles a la Palabra de Dios, pero ¿somos totalmente fieles? ¿Compartimos los sentimientos de Pablo y seguimos su ejemplo? ¿Somos llevados por la misma compulsión para predicar evangelísticamente porque nos es impuesta necesidad? El presente libro se ha escrito para rogar a aquellos siervos elegidos del Señor a que valoren lo que tradicionalmente se ha entendido por predicación del evangelio y que sigan las sendas antiguas. No podemos ganar nuestras ciudades si los mensajeros de Dios no están funcionando en el área más importante y significativa de su obra. Como predicadores, nos deberíamos incluso preguntar si es correcto y justo esperar que creyentes se unan a nuestra iglesia cuando no se predican sermones evangelísticos constantemente, pues ¿cómo van a poder gozar de instrumentalidad trayendo amigos y familiares a escuchar el evangelio?
Normalmente, los pastores tienen tres oportunidades para predicar cada semana, lo que significa que una tercera parte de su ministerio puede ser dedicado a la predicación persuasiva del evangelio (la labor de un evangelista), una tercera parte a la enseñanza de la Palabra para así depurar los corazones de la gente de una manera pastoral y aplicada (la labor de un pastor), y una tercera parte a la instrucción doctrinal y didáctica (la labor de un maestro). Una buena regla de antaño es reflejar el equilibrio de los dones de enseñanza enumerados en Efesios 4:11: ser evangelista, pastor y maestro.
El doble papel de la predicación del evangelio
Hasta ahora hemos hablado de la predicación específica del evangelio solo como un agente para ganar almas; pero en el Nuevo Testamento se le asigna un doble rol. No solo condena el pecado, persuade, atrae, ruega y advierte con un propósito positivo, sino que también ofende negativamente y aleja a la gente impenitente (que no se quiere arrepentir), egoísta o que no es sincera. Guardar a la iglesia de Cristo es parte de su obra. Leemos del “tropiezo de la cruz” y de que sus mensajeros son “olor de muerte para muerte” para aquellos que perecen (2 Corintios 2:16 ). El evangelio, cuando se predica, contiene esta función aventadora y de criba para los obstinados, de manera que se alejan.
Cuando se abandona la práctica de tener una predicación evangelística distintiva y equilibrada, la expresión del evangelio se deja completamente al testimonio personal, a los estudios grupales amigables y a esfuerzos similares (los cuales deberían operar adecuadamente junto con la predicación). Entonces se reduce enormemente lo que nos desafía y nos da convicción de pecado, y bien puede ser que las iglesias comiencen a llenarse de meros asentimientos mentales, decisiones humanas y compromisos superficiales. Se puede apreciar que la pérdida de una verdadera predicación del evangelio ha ido en paralelo con esta misma tendencia. Tras haber adquirido muchos convertidos superficiales, que no han sido verdaderamente convencidos de pecado, las iglesias entonces se encuentran en la posición de tener que complacer sus gustos mundanos, de manera que la adoración se convierte en entretenimiento, y las iglesias se alejan de las características piadosas del pasado. Indudablemente muchos factores contribuyen al declive, pero la pérdida de una predicación específicamente evangelística y constante debe ser sin duda una influencia bastante grande.
La predicación evangelística constante ha estado pasada de moda en Gran Bretaña durante tanto tiempo que existen numerosos jóvenes predicadores “discapacitados” por el hecho de que nunca han estado bajo tal ministerio. No tienen experiencia como oyentes de dicho ministerio y ningún entendimiento de cómo llevarlo a cabo. Se preguntan: “¿Cómo puede uno predicar los fundamentos cada semana de una manera interesante y diferente al mismo tiempo? ¿Cómo puede uno extraer material evangelístico legítimo de todas las partes de la Biblia?”. Trataremos de responder a estas preguntas, y a otras, en los siguientes capítulos.
Es cierto que aquellos que quieren predicar el evangelio se enfrentan con tremendos y sutiles desalientos. Uno de ellos surge del anhelo humano a que se aprecie nuestro trabajo. El problema es que los cristianos no elogian mucho la predicación evangelística, porque aunque la aman, no aprecian cuán difícil es predicar diferentes sermones y, al mismo tiempo, apegarse a los elementos esenciales del evangelio. Piensan que es una rama fácil del ministerio y expresan una mucha mayor apreciación cuando el predicador explica pasajes difíciles, pues eso muestra que es un hombre de erudición y con habilidades expositoras. En realidad, la predicación evangelística es definitivamente el área del ministerio más difícil de preparar.
El evangelista itinerante puede recorrer el mundo con una veintena de sermones evangelísticos predicados muchas veces, pero el pastor residente debe proclamar el evangelio más de cuarenta veces al año a la misma congregación, quizás durante diez, veinte o treinta años. Su presentación debe ser ortodoxa y, al mismo tiempo, novedosa; debe ser fiel y, sin embargo, fresca; antigua y, sin embargo, nueva; tradicional y, sin embargo, sorprendente; familiar y, aun así, desafiante. Constantemente debe encontrar nuevas estructuras e ilustraciones. Vive con el temor de que los miembros convertidos de su iglesia (y sus adolescentes) se aburran del evangelio. Quiere que sus grandes temas salven almas y que también generen una mayor gratitud y amor hacia el Señor en los corazones de aquellos que han sido creyentes desde hace mucho tiempo.
Para empeorar las cosas todavía más, este es un ministerio para el que se tiene poca ayuda, pues mientras muchos comentarios ayudan en la preparación del ministerio a los santos, casi nunca dan sugerencias constructivas para el razonamiento evangelístico. La tarea de estos comentarios es la de esclarecer el texto, no la de proponer argumentos para ganar almas, así que el predicador está en gran medida solo.
La gran comisión
A pesar de todos estos desalientos e impedimentos, que deben ser combatidos y repelidos, la obra principal del ministerio de la predicación es el razonamiento persuasivo que reta almas, y aquellos que toman la comisión del Señor deberían estar determinados a desempeñarla hasta el final de sus días.
Se dice que en la primera capilla de George Whitefield en Bristol, Inglaterra, construida durante la ola de avivamiento, se puso una placa en la pared que estaba orientada hacia el predicador y llevaba el mensaje de Ezequiel 33:6:
PERO SI EL ATALAYA VIERE VENIR LA ESPADA Y NO TOCARE LA TROMPETA,Y EL PUEBLO NO SE APERCIBIERE […] DEMANDARÉ SU SANGRE DE MANO DEL ATALAYA.
¡Permitan que un predicador con más edad inste a hombres más jóvenes a que, con sus capacidades y las ventajas que tienen, sean hombres del evangelio! Si no ha predicado mensajes evangelísticos específicos y regulares, entonces, abra inmediatamente un nuevo capítulo del glorioso ministerio para el Señor.
El siguiente artículo, "La definición de una palabra fundamental en el ministerio" consiste en un estudio rápido de los muchos pasajes del Nuevo Testamento donde se emplea la palabra “evangelio”, o buenas nuevas, con el fin de establecer su verdadero significado. El sustantivo euangélion aparece en el Nuevo Testamento setenta y ocho veces (sesenta veces en las epístolas de Pablo). Invariablemente, en las palabras de autoridades notables se refiere a la “revelación del consejo de salvación de Dios junto con la predicación de Jesús” o al “llamamiento a la salvación”, o a “la justicia justificadora de Dios”, y es “el agente que da vida nueva”. Invitamos a todos a que lo lean con atención, ya que es algo esencial para el caso que estamos estableciendo, el cual se realizará tan breve como sea posible.