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Una nueva visión de la santidad de Dios llena al profeta de indignación debido al insulto que la apostasía profiere contra Dios. Comisionado como guardián de almas, Ezequiel pasa un tiempo de ministerio sin frutos que crea en él dependencia en la unción del Espíritu, mientras que la representación que hace del sitio a Jerusalén le enseña la actitud que debe tener.