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De todas las marcas de la conversión, el apóstol presenta aquí el signo culminante que es el
estar dispuesto a sufrir a la hora de testificar. Además, hace referencia a los obstáculos de
Satanás (que encontramos hoy en día) y al inmenso gozo de relacionarse con quienes son
convertidos (nuestra corona de gloria) tanto ahora como eternamente.