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Al principio de su ministerio, Cristo desafío a los judíos al proclamar una resurrección
espiritual para todos aquellos que escucharan su voz, y una resurrección corporal futura. Una
vez más afirma su filiación divina, autentificada por el Padre a través de sus poderosas obras,
y por medio de las escrituras, especialmente Moisés.